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reconocer con mucho misterio algunos
parages del palacio , y cuyas acciones
han causado sospechas á las
centinelas. El gefe me embia á poner
esie suceso en vuestra noticia
para que dispongáis lo que deba hacer
.
Corva. Será sin duda algún viagero.
Decid que le dejen en libertad: que
descanse y que según la costumbre
que tengo establecida para ¡guales
casos, se le socorra, dejándole después
continuar su camino.
Beltr. Según demuestra, no parece tener
necesidad de nada.
Conra. Entonces ¿ qué designio puede
obligarle á proceder así?
Beltr. Lo ignoro absolutamente; pero
lo que puedo decir es , que pide con
instancia tener el honor de comparecer
á vuestra presencia.
Conra. ¿Ahora mismo?
Beltr. Dice que no puede detenerse.
Matil. Siendo asi yo me retiro, (queriendo
irse.)
Conra. Espera, (á Matilde.) Di que
llegue, (á Beltran, y este se vá.)
Matil. Perdona mi querido Conrado:
No puedo dejar de decirte que me
causa infinito seutimiento observar la
sensación que ha hecho en tí, lo que
estábamos hablando.
Conra. ; Todavía Matilde! ¡Todavía
{vuelve á manifestar temor. ) insistes
en hablar de esa materia ! Si
las vidas de tu esposo, de tu hijo y
de tu hermano, te interesan, te su-
pl«co, por lo IT,as sagrado, que
Ib tU b°Ca Profiera una sola Pa"
que tenga la menor relación
- Iü8 mis'"ios del terrible tribu-
nal.
ESCENA ni.
Matilde, Conrado, el Peregrino y
Beltran.
Conra. Estrangero , sea cual sea vuestra
clase , llegad con bien á este
palacio.
Peregri. ¿Es ñ Conrado de TuringJ**
á quien tengo el honor de hablar?
Conra. AI mismo , y esta es mi hermana
esposa del conde Hermand da
Artolí".
Matil. ¿Quizás habréis oído hablar de
él en vuestros viages ?
Peregri. Sí señora : toda la Alemania
resuena del eco de sus hazañas:
ninguno de nuestros guerreros ha
sido , según cuentan , mas útil al
ejército de los cruzavlos , ni mas temible
al de Saladino.
Matil. ¿Y no se dice nada sobre la
época de su vuelta al suelo pátrio ?
Peregri. Todos aseguran que ya se halla
en la Germania. Pero lo que tengo
señor que deciros ecsige una pronta
respuesta.
Conra- Hablad , que ya os escucho.
Peregri. Me han encargado el mayor
secreto.
Conra. Estoy en el seno de mi familia,
y no debo tener nada reservado; po»
deis decir lo que gustéis.
Peregri. Solo á vos se dirige mi meo»
sage.
Conra. ¿Todavía insistís en observar
misterios ? (el Peregrino se aproe-
sima á Conrado, le coge la mano
derecha y se la pone sobre el corazón
, y dice: )
Peregri. Perdonad si me atrevo á rer
importuno. ( Conrado lleno de susto
desde que el Peregrino le tomó la
mano , procura disimular su inquietud
, y volviéndose después á Matilde
y Beltran les hace señas que se
retiren. )
Conra. Es un estrangero y debo ceder
á su ruego.
ESCENA IV.
Conrado y el Peregrino.
Conra. ¿ Quién sois ?
Peiegri. Mi mano os lo ha dicho, (en
tono severo.)
Conra. ¿Cuál es vuestra misión?
Peregri. La de ser justo.
Conra. ¿Quién os la ha dado ?
Peregri. Los invisibles.
Conra. ¿ Donde se hallan ?
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