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Los jueces fancos ó sea el tiempo de la barbarie
Barcelona, ca. 1820
Seite: 6
(PDF, 12 MB)
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Spanische Comedias

  (z. B.: IV, 145, xii)



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tro hijo otro padre en la corte de

Sajonia.

Matil. Bien conozco , señor , que nunca
hay huérfanos en los estados de
un príncipe de vuestras prendas.

Alber. Adolfo, ¿vendréis gustoso á mi
palacio ?

Adolf. Sí señor, y no he olvidado que
me habéis ofrecido armarme caballero
.

Alber. Es verdad. En pasando ocho 6
diez años será tiempo de cumplir la
palabra.

Adolf. ¡Ocho ó diez años!.... Mucho
falta.

Alber. No dudo que con el tiempo hemos
de ser muy amigos. ¿Ya estáis
de vuelta Bertoldo ? (reparando en
él. ) Creía que aun estabais persiguiendo
al ciervo.

Bertol. Señor, habia dejado la caza
para anunciar vuestra venida á este
palacio : pero V. A. llegó antes....

Conra. ¿ Dónde estará el peregrino ?
( aparte y fija la vista en Bertoldo.)

Alber. Vuestro cuidado era inútil. («
Bertoldo. ) No es el duque de Sajonia
, es el cazador Alberto , quien
viene á descansar en la casa de su
amigo Conrado. La presencia de Matilde
, y una comida frugal, es cuanto
se necesita para hacer agradable
esta morada. Permitid, señora, que
os ofrezca los trofeos de mi cazeria.

Matil. Yo los acepto , señor ; pero
permitidme también que disponga de
ellos , distribuyéndolos entre los vasallos
de mi hermano : rara vez gustan
tales manjares esas buenas gentes
, y justo será que sean partícipes
del regocijo que todos esperimenta-
mos en este dia ; han dejado su trabajo
para celebrar vuestra llegada.
Ninguna felicidad es preferible á la
de ser amado.
Alber. Y á la de obtener vuestras ala-
bauzas.

ESCENA VII.

Fários criados de Alberto pasan por
delante de Matilde , y la presentan
diversos animales muertos , que lleva-
rán colocados sobi e ramas verdes , en
forma de parihuelas. Después eiitran
muchos aldeanos y aldeanas que bal'
lan al son de instrumentos campestres»
Acabado el baile se oye un gran ruido
. 2odos escuchan con inquietud»

Los dichos y aldeanas.

Alber. ¿ Qué ruido es este ? ácia aquí
vienen varias gentes apresuradas.

Matil. ¿Si habrá sucedido alguna desgracia
?

Conra. Son el conserje de palacio y su
muger.... ¿Quién causa ese alboro*
to ? ¿ Qué quieres Guillelmo ?

ESCENA VIII.

Dichos , Guillelmo , Margarita y vá»
rios aldeanos.

Guill. j Justicia , señor , justicia !
Marga. Por Dios, haceduos jufticfab
señor.

Conra. Contad con ella, pero espl¡-
caos.

Alber. Sí hijos mios, sí; os juro por
mi honor, que la obtendréis: ¿que
ha sucedido ?

Guill. Edmundo, nuestro hijo único.•••
( llorando.)

Marga. El apoyo de nuestra vejez.»"
(idem. )

Guill. Acaba de ser asesinado.

Lnnra. ¿ Edmundo ?

Marga. Sí, señor, le han muerto casi
á nuestra vista , á diez pasos de palacio
.

Conra. ¿ Será posible ? ¿ Se sabn qui¿n

lo ha muerto ?
Guill. Lo ignoramos.
Alber. ¿ Tenia algún enemigo conocí"

do V

Marga. ¡Ha! no señor: era el pobr<?

Edmundo , la minna bondad.
Guill. Alá están sus campaneros, SuS


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