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ai
Alber. Malvado ! ¡asi te atreves á hablarme
! Tu castigo servirá de egem-
plo y de terror á lo3 inicuos.
Pereg. Por mas que hagáis, no es bastante
vuestro poder para libertar á
los dos de la justicia del gran tribunal
.
Alber. Llevadle. ( á los guardias. )
Pereg. Sé que mi vida pende de vuestro
arbitrio ; pero no olvidéis que
en diciendo yo una sola pal abra, estarán
prontos diez mil puñales para
vengarme, (le llevan.)
ESCENA IX.
Conrado , Alberto , Hermand , Matilde
y Adolfo.
llerm. Ya es esponerse demasiado por
mi causa: apreciabies amigos, no
es justo que yo cause tantos desasosiegos
: pues lo que exigen es el sacrificio
de mi vida , debo abandonarla
de una vez y evitar las desgracias
que recaerían sobre vuestras personas
y propiedades. Alberto Httg-
nánimo , Alberto ! Conrado , hermano
mió ! yo os recomiendo á mi
esposa, á mi hijo... protegedlos y
acordaos de Hermand. (quiere irse.)
Matil. ¡ Hermand ! (le detiene. )
Adolf. | Padre !
Alber. ¿ A dónde vais ? ¿qué intentáis
bacer V
llerm. Entregarme á
Sufrir sus decretos.
Matil. Y abandonas á tu mnger, á tu
hijo! ¿Qué será de ellos en tal situación
V
fíerm. Ahí os quedan vuestros protectores
: a Dios, (quiere irse. )
Conra Espera Yo estoy citado ante
el ( deteniéndole) tribunal
presentarme : defendí
te apartes de este palacio. Te espones
á grande riesgo, si lo egecutas.
Alber. Estando conmigo no debe temer.
Conra. Alberto, Alberto, no
mis enemigos.
fre mi
voy a
causa,
tengáis
tanta confianza. Vos mismo correríais
igual peligro , si por casualidad
os hubiesen sentencia Jo.
Alber. Pues qué? ¿tan esteuso es su poder
?
Conra. No tiene límites , es inevitable
su venganza, ¿ Habrá quien pueda
guardarse de un mendigo que implora
la caridad pública , de un guerrero
que combata á nuestro lado , de
un artesano que exista por nuestros
beneficios , de un doméstico que nos
sirva el alimento? Con^hlerad bien
estas razones. ¿ Hubierais podido
imaginar que yo , yo mismo fuese el
asesino de Hermand ? pues ya veis
que lo lie si Jo , que he faltado á todos
los deberes , á todos los sagrados
lazos que impone la sociedad.
No lo dudéis, si por desgracia se
hallase proscripta vuestra cabeza,
habrá cien mil invisibles que crean
hacer una acción heróica en sorprenderos
y en asesinaros.
Alber. Yo sabré evitar ese peligro.
Conra. Será imposible. Pero ya se
aproxima la hora de su reunión y
debo ir á presentarme al tribunal.
Matilde! Alberto! Hermand!( los
abraza. ) vivid dichosos , y si la
suerte ha decretado que no volváis
á verme, sabed que este es mi heredero
, (ú Adolfo, i'ase.)
ESCENA X.
Dichos , menos Conrado.
Matil. Conrado ! hermano mió!
....
te justificaré , y si no lo consigo, sa
bré perecer.
Herm. ¡ Ah Conrado ! no hagas tal,
considera que solo caminas á tu suplicio
.
Conra. ¡ A lo menos tendré el consuelo
de que se oigan mis razones , y
lograré tranquilizar mi corazón. N°
llerm. \ Amigo !
Matil. Camina á su suplicio , señor.
( á Alberto. )
Alber. Voy á seguirle. ( con viveza. )
llerm. ¿ Qué intentáis hacer ?
Alber. Descubrir á donde se dirige,
presentarme ante esos monstruos y...
llerm. ¡Ah señor! ¡Cómo os ciega vuestra
misma bondad ! ¿Sabéis acaso las
palabra* misteriosas que facilitan la
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